Y, como golpe de gracia, son extravagantes. Una introducción a Steely Dan

A comienzos de 2000 se editaba en Estados Unidos Two Against Nature, el octavo disco de estudio de Steely Dan y el primero en veinte años. Pocos días después, Brent DiCrescenzo publicaba en Pitchfork una reseña del disco donde se burlaba de un supuesto “oyente medio” de los Dan (características salientes: alrededor de cincuenta años, empresario, ignorante de todo lo relacionado con internet y la tecnología), se quejaba del sonido limpio del álbum y afirmaba que Steely Dan representaba, a fines de los 70s, un conservadurismo que había sido destronado –y destrozado– por el punk. No debería sorprender a nadie que la pose canchera de DiCrescenzo y su acercamiento a Steely Dan en términos de blancos y negros (que, encima, se asienta en aspectos extramusicales) no sirva para iluminar los numerosos elementos de interés de Two Against Nature y de Steely Dan en general.

rs-183615-74297238

Etapas e influencias

Es difícil debatir con el artículo de DiCrescenzo. Es un texto que niega toda posibilidad de diálogo, en tanto no construye argumentos que sustenten sus opiniones y parece tener como principal interés la construcción de Steely Dan como antagonista del autor, quien hace un gran esfuerzo por posicionarse como un joven moderno y sofisticado. Demos, entonces, algunos pasos hacia atrás. Steely Dan surge a comienzos de los 70s como un proyecto de Donald Fagen y Walter Becker. A fines de 1972 editan su primer disco, Can’t Buy a Thrill, que presenta a una banda de seis miembros, con roles repartidos equitativamente (a excepción del compositivo, que pertenecía íntegramente a la dupla Fagen-Becker), y en el cual incluso hay un segundo cantante, David Palmer, que hace la voz principal en dos canciones y coros en las demás.

A medida que la discografía de Steely Dan avanza (a gran velocidad: editaron seis discos de estudio entre 1972 y 1977, más un séptimo en 1980), Fagen y Becker se van haciendo cargo de la banda en más y más aspectos, hasta el punto en que Steely Dan deja de tocar en vivo y se convierte en un dúo que trabaja con músicos de jazz y sesionistas. El proceso de grabación de Aja (1977), narrado en un episodio de la serie documental Classic Album Documentaries, es significativo en este sentido: Fagen y Becker les pedían a distintos músicos que interpretaran bases y solos para las canciones, tras lo cual ellos seleccionaban los que más les gustaban, y así iban armando el disco, en un proceso minucioso donde la producción tenía un rol clave. Este detallismo, compartido por músicos tan lejanos a Fagen y Becker como Frank Zappa o Van Morrison, no tiene una relación necesaria con la “ausencia de alma” que sugiere DiCrescenzo.

Un error típico entre quienes disgustan de Steely Dan es equipararlos con bandas tristemente célebres de fines de los 70s como Toto, Styx o los Emerson, Lake & Palmer de Love Beach, con quienes sólo comparten, como mucho, la destreza técnica. Antes que nada, es necesario tener en cuenta que en los ocho años que hay entre Can’t Buy a Thrill y Gaucho (1980) el sonido de la banda sufrió cambios radicales. Si bien la influencia principal de Fagen y Becker siempre fue el jazz, las referencias palpables al bebop (como “Bodhisattva”, el tema que abre Countdown to Ecstasy (1973)) o “East St. Louis Toodle-Oo”, el cover de Duke Ellington que aparece en Pretzel Logic (1974), tendrían poco lugar en trabajos posteriores como Aja. Este disco, el más exitoso a nivel comercial de los Dan, se encuentra más ligado a ese género tan abarcativo y por momentos difícil de definir que es el “jazz fusión”. En la misma dirección, es imposible imaginar en Aja o Gaucho la diversidad compositiva de los primeros álbumes, que incluye canciones pop relativamente directas como “Any Major Dude Will Tell You” o acercamientos al pop de cámara como “Through With Buzz”. Dentro de esta mirada de la obra de los Dan, el polémico álbum de 1976 The Royal Scam funciona como un disco de transición entre ambas etapas.

Tras la disolución de la banda en 1981, luego de la edición de Gaucho, Donald Fagen se dedicó a grabar discos solistas y producir, y Walter Becker se recluyó para recuperarse de su adicción a las drogas. En 1993 Steely Dan se reúne, y desde el comienzo puede verse una diferencia central entre el proyecto que se había disuelto en 1981 y este: si en los 70s Fagen y Becker habían dejado de tocar en vivo para encerrarse en los estudios a componer y grabar, en los 90s y las décadas posteriores Steely Dan pasa a tocar mucho en vivo y a grabar muy poco. Los únicos álbumes de estudio entre 1993 y el presente son el ya nombrado Two Against Nature y el ligeramente superior Everything Must Go (2003). El sonido del “nuevo Steely Dan” –al margen de cambios inevitables, si se tiene en cuenta que estamos hablando de un período de más de veinte años– está mucho más ligado al de Aja: pulcritud, prolijidad y grooves fluidos. Cualquier intento de definir a los Dan a partir de los álbumes y apariciones en vivo de este último período es caer en un fatal reduccionismo.

steely-dan-chris-walter

Cinismo y distanciamiento

El jazz en Steely Dan aparece en forma de armonías, de referencias explícitas y solapadas, y de un énfasis por la libertad melódica y rítmica que tiene sus raíces en el amor de la dupla por la música bop. Es frecuente escuchar, de parte de gente más ligada al rock, que el jazz es un género blando y homogéneo, tal vez por la ausencia de distorsión y disonancias (excluyo de esta idea, por supuesto, al free jazz y otras corrientes avant-garde). En el caso de los Dan pasa algo parecido: el hecho de que el énfasis esté puesto en el nivel armónico y –aparentemente– no haya grandes innovaciones en materia de texturas, los vuelve desechables para parte del público de rock. Por otro lado, a medida que fueron pasando los discos, la música de Steely Dan fue descansando cada vez menos en las guitarras, instrumento considerado central e indispensable en todo sonido rockero. El sonido de los Dan vivió en constante mutación desde sus inicios hasta Gaucho, disco en el cual se dejan de lado los ritmos fluidos de Aja en pos de una búsqueda rítmica más mecánica, densa y minimalista. Las constantes comparaciones entre ambos discos (que devienen en la afirmación de que Gaucho es una especie de versión inferior de Aja) no tienen sustento.

En Steely Dan hay tensión y disonancias. A veces la tensión se da a nivel estrictamente musical (el caos de guitarras, coros, voces y armónica en el que se sumerge “Show Biz Kids”, la guitarra seca y podrida de “Night by Night”), pero suele aparecer de forma más clara en la relación entre música y letra. Un ejemplo es el de “Everyone’s Gone to the Movies”, donde tras una música relativamente alegre y un ritmo liviano marcado por un vibráfono, con aires de jazz latino, se esconde una historia de pederastía: un hombre invita a niños a ver películas a su casa, con intenciones nunca explicitadas pero indudablemente turbias. En el estribillo, aparece la voz de los que parecen ser los padres de los chicos, que afirman con tranquilidad “Todos se fueron al cine / Ahora por fin estamos solos” (“Everyone’s gone to the movies / Now we’re alone at last”). En “Cousin Dupree”, una de las canciones más uptempo de Two Against Nature, un tipo intenta levantarse a su prima a toda costa. Ella no está interesada en él y, cuando le pregunta por qué, la chica responde “Tal vez sea la gris arquitectura de tu alma” (“Maybe it’s the dreary architecture of your soul”). Lo perturbador y lo cruel se pasean por prácticamente todas las canciones de los Dan.

Las letras de Fagen y Becker nunca son directas: para entender de qué están hablando hay que bucear entre guiños culturales y referencias a personas, eventos y lugares específicos. Su increíble capacidad narrativa logró que canciones sobre la crisis económica de 1869 (“Black Friday”) o sobre un inventor de drogas (“Kid Charlemagne”, basada en el químico de LSD Owsley Stanley) fueran éxitos enormes en las radios norteamericanas. No tienen problema en ser autorreferenciales (“Show Biz Kids” retrata a unos niños ricos desagradables que “tienen los cuerpos bien formados, / tienen las remeras de Steely Dan / y, como golpe de gracia, / son extravagantes”) ni en tratar temas delicados como la violencia de pareja (en “Everything You Did” un hombre encuentra a su pareja engañándolo y le dice cosas como “¿A dónde se fue el infeliz? / ¿Está todavía por acá? / Ahora me tenés que contar todo lo que hiciste / Voy a conseguir una pistola, / y matar al amante / ¿Vas a contarme todo lo que hiciste?”).

La nostalgia es otro de los elementos centrales en el imaginario de Steely Dan: canciones notables como “My Old School”, la mayoría de las letras de Two Against Nature y el concepto del disco solista de Fagen The Nightfly (1982) hablan de historias de adolescencia y juventud. Muchas veces, ese pasado complejo pero esperanzador es comparado con un presente decadente. La letra de “Hey Nineteen”, en la cual un hombre de más de treinta años hace grandes esfuerzos por conectar con una chica de diecinueve, sin lograrlo nunca, es significativa. El paso del tiempo corroe. La erudición de Fagen y Becker es un rasgo destacado por muchos críticos, y tiene como correlato una mirada aparentemente desencantada en un universo poblado de prostitución, cocaína, autopistas, edificios y soledad. La gran apuesta de Steely Dan es que este aparente desencanto funcione como contrapunto de una música que dista de ser lánguida o abúlica.

Steely Dan studio closeup NEW YORK CITY, 1993

Contra algunos lugares comunes del rock

La remanida historia que dice que a fines de los 70s el punk apareció para resetear una escena rockera cada vez más blanda y apuntada hacia el público adulto presenta varios inconvenientes. Uno, evidente, es que no toda la música que se hacía en los meses previos a la irrupción del punk era igual. Por ejemplo, no es válido ignorar las diferencias existentes entre distintos artistas enmarcados como “rock progresivo” o “jazz rock”. También es evidente que no toda la música de aquellos años era rock progresivo y jazz rock, y que el punk tuvo numerosas influencias, algunas muy cercanas temporalmente. No hay ninguna relación entre el agotamiento de fines de los 70s de bandas clásicas del rock progresivo (como los ya citados Emerson, Lake & Palmer) y la mutación creativa de Steely Dan, quienes venían desarrollando obsesiones muy personales desde comienzos de la década.

Aja y Gaucho son continuaciones orgánicas de esas obsesiones, a las cuales hay que sumar un gran apetito de innovación sonora y un detallismo que, por más que a algunos le moleste, es coherente y necesario para que cierta música funcione y que, a priori, no tiene relación directa con la ausencia de creatividad. Si de algo no se puede acusar al Steely Dan de los 70s es de haber compuesto y grabado en piloto automático. Por otra parte, la dificultad para clasificar a Steely Dan (incluso sus discos más característicos de un género específico, como el ya nombradísimo Aja, no suenan parecido a nada) los vuelve una banda extraña, que en su momento gozó de un reconocimiento crítico casi generalizado y hoy en día es defendida por algunos seguidores incondicionales.

A modo de cierre, un comentario menor: en el listado de los cien discos favoritos del crítico Joe S. Harrington, publicado en el número 14 de Blastitude, aparecen en su gran mayoría álbumes de jazz avant-garde, punk rock y proto-punk. En los primeros quince puestos podemos encontrarnos, por ejemplo, con el primer EP de Minor Threat, Go Girl Crazy! de los Dictators, White Light/White Heat de la Velvet Underground, Charmed Life de Half Japanese, Live at the Village Vanguard de John Coltrane y Oh Yeah de Charles Mingus. Los dos primeros puestos del listado funcionan como la contracara perfecta de la estrechez acrítica de DiCrescenzo: en el puesto dos está Never Mind the Bollocks de los Sex Pistols y, en la cima, Katy Lied de Steely Dan. El argumento de Harrington es tajante: “Suave no es siempre algo negativo. Suave no siempre significa carente de emoción. Los punks promovieron esa teoría y estaban equivocados. (…) Katy Lied es tan impecable que existen muy pocas razones para poseer cualquier otro disco”.

Álvaro Bretal

Publicado originalmente en indieHearts (septiembre/2014)